lunes, 21 de noviembre de 2011

Have you ever seen the rain?

El cielo, desgarrado, se incinera en líquido; se deshace de cada nube, se tornan en estelas que pasan veloces entre mis ojos y la lámpara de la calle; se hace gotas y se resbala en la falda de mi paraguas. Las calles solitarias parecen consumirse, se deforman en riachuelos que arrastran consigo el mugre y la peste de la ciudad.
Con cada paso que doy, veo mis zapatos que se involucran en el recorrido del agua sobre el asfalto. Cada gota que cae se hace única en su espacio, en su instante. Caen, todas caen sin juzgar ni reparar en dónde o sobre quién. Yo, viendo este espectáculo, me pregunto qué mensaje traerán, qué augurio, qué presagio hay en ellas. Pienso que este suave rocío que me humedece el rostro será el mismo que humedezca el rostro de algún desconocido por última vez, al menos en esta vida. Tal vez nunca sepa el nombre de aquel desconocido; tal vez mañana esté impreso en el periódico. Puede que ese nombre impreso allí, en letras grandes y rojas, sea el mío. Quizá ese mensaje, encriptado en las suaves gotas, sea para mí.
Quizá mi hora llegue en el pórtico de mi casa. Quizá me espere, entre la tibia oscuridad de mi sala, la muerte, con sus grandes ojos. Sé que alguna noche o algún día —quizás éste— verá directo a mis ojos, mientras repta cada centímetro, cada segundo que nos separa, hasta alcanzarme y hacerme un nudo en el cuello con su hoz. Entonces ya no podré ver las calles, ni la lluvia en la lámpara. Ya mis ojos no verán ni el espacio, ni el tiempo; ya no podré imaginar que puedo descifrar los mensajes en la lluvia. Ya no seré. No más.