Su mano se deslizaba con calma al
tacto frío del metal en movimiento de las escaleras. Un hilillo caliente
brotaba de su índice, derramándose entre los surcos pulidos de los escalones y
alargándose hasta perderse.
El juego seguía su lenta marcha; el
bullicio, la algarabía se alimentaba en la muchedumbre asfixiada, en el consumo,
el comercio. Compras, registros, dinero, cambios, hurtos, gritos. El ruido se
multiplicaba en el calor, mientras, tal vez por el linaje del personaje, el
cuerpo de seguridad del lugar prefería no enterarse de la obstrucción de
aquella mano juguetona en las escaleras.
El olor a tumulto subía con la
confusión. La humedad llenaba los almacenes, empapando prendas y empañando
vitrinas. La mano, el juego seguía. Ella
sentía el tacto ajeno haciéndose en su torso, sobre la mancha tibia que
arruinaba su vestido.
El bullicio estaba a tope; ni un
grito en medio se hubiese oído. Sus ojos se tornaron hacia la luz. La silueta
del trozo de vestido rasgado se izaba como un trofeo contra el sol y la mancha
parecía brillar insolentemente en la mano agresora.
Sus dedos cesaban el juego. Sentía
punzadas recorriéndole las piernas, miles de bichos. Volvió la mirada y vio de
nuevo aquel vivo color esparciéndose en el aire, manchando las uñas y los
rostros desesperados de los presentes. Pensó vagamente en el color de uñas que
llevaba y miró su mano, ahora serena, silenciosa.
Sintió alivio, los bonitos
zapatos ya no herían sus pies. Los buscó. Vio de nuevo aquel color hermoso
emanando de su interior, bañando todo alrededor. El recuerdo de su vestido
incomodándola, el pinchazo del alfil y el líquido brotando de su dedo volvió,
sólo interrumpido por la impresión de que su cuerpo se alzaba por sobre las
cabezas de la gente. Un tirón se hacía en sus extremidades, una y otra vez.
Miró a su alrededor y vio ese azul adornando los rostros extasiados de lo que
parecían seres humanos.
De repente, justo cuando sentía
desfallecer, se hizo oscuro en un último dolor. Silencio. Una voz murmuró, dijo
algo. Creyó oír qué era.
“— ¡Ahí viene! ¿Qué le diremos?
— Pero… ¿Qué ha pasado? ¡Por
Dios!
— Señor… Su hija ha sido víctima
del vil egoísmo; se amaba demasiado a sí misma como para desprenderse de su
hermosa sangre azul voluntariamente.”
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