lunes, 4 de febrero de 2013

Gesta Ad Hominem


Su mano se deslizaba con calma al tacto frío del metal en movimiento de las escaleras. Un hilillo caliente brotaba de su índice, derramándose entre los surcos pulidos de los escalones y alargándose hasta perderse.
El juego seguía su lenta marcha; el bullicio, la algarabía se alimentaba en la muchedumbre asfixiada, en el consumo, el comercio. Compras, registros, dinero, cambios, hurtos, gritos. El ruido se multiplicaba en el calor, mientras, tal vez por el linaje del personaje, el cuerpo de seguridad del lugar prefería no enterarse de la obstrucción de aquella mano juguetona en las escaleras.
El olor a tumulto subía con la confusión. La humedad llenaba los almacenes, empapando prendas y empañando vitrinas. La mano, el juego seguía.  Ella sentía el tacto ajeno haciéndose en su torso, sobre la mancha tibia que arruinaba su vestido.
El bullicio estaba a tope; ni un grito en medio se hubiese oído. Sus ojos se tornaron hacia la luz. La silueta del trozo de vestido rasgado se izaba como un trofeo contra el sol y la mancha parecía brillar insolentemente en la mano agresora.
Sus dedos cesaban el juego. Sentía punzadas recorriéndole las piernas, miles de bichos. Volvió la mirada y vio de nuevo aquel vivo color esparciéndose en el aire, manchando las uñas y los rostros desesperados de los presentes. Pensó vagamente en el color de uñas que llevaba y miró su mano, ahora serena, silenciosa. 
Sintió alivio, los bonitos zapatos ya no herían sus pies. Los buscó. Vio de nuevo aquel color hermoso emanando de su interior, bañando todo alrededor. El recuerdo de su vestido incomodándola, el pinchazo del alfil y el líquido brotando de su dedo volvió, sólo interrumpido por la impresión de que su cuerpo se alzaba por sobre las cabezas de la gente. Un tirón se hacía en sus extremidades, una y otra vez. Miró a su alrededor y vio ese azul adornando los rostros extasiados de lo que parecían seres humanos.
De repente, justo cuando sentía desfallecer, se hizo oscuro en un último dolor. Silencio. Una voz murmuró, dijo algo. Creyó oír qué era.
“— ¡Ahí viene! ¿Qué le diremos?
— Pero… ¿Qué ha pasado? ¡Por Dios!
— Señor… Su hija ha sido víctima del vil egoísmo; se amaba demasiado a sí misma como para desprenderse de su hermosa sangre azul voluntariamente.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario